El asesinato de Laura Olivo by Jorge Eduardo Benavides

El asesinato de Laura Olivo by Jorge Eduardo Benavides

autor:Jorge Eduardo Benavides [Benavides, Jorge Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2018-03-01T05:00:00+00:00


* * *

XIAN, SU MADRE Y REIG estaban ya en El sol de oro cuando él llegó, apresurado y con el corazón redoblando como un tambor. Esa misma mañana, cuando se disponía a seguir con sus pesquisas, recibió la intempestiva llamada de Reig. Tenía muy buenas noticias, Colorado, dijo, y Larrazabal notó la emoción contenida en la voz del subinspector. ¿De qué se trataba? De lo mejor que podía pasar. Xian había vuelto a ver al sicario. Si es que era él, claro. Eso bastó para que se acercara en un taxi hasta allí, dispuesto a escuchar aquella inesperada noticia.

Nuevamente se produjo aquel circuito de pregunta-traducción-pregunta entre él, la madre y el chico, solo que esta vez Xian parecía haber aprendido en tan escaso tiempo un número considerable de palabras con las que iba matizando u objetando lo que traducía su madre. Y así fueron enterándose de lo que ya le había contado a Reig, aunque en esta ocasión la señora Chen llamó directamente a Reig y le dijo que prefería no acudir a la comisaría sino al restaurante de la primera vez. Así que el subinspector aprovechó para llamar al Colorado, vente de inmediato, hombre. ¿Qué había ocurrido?

—Xian lo ha visto. A nuestro sujeto. ¡Lo ha visto, Colorado!

—¿Estás seguro? —Larrazabal sintió de pronto una sed tremenda. Lo preguntó mirando a Xian.

—Sí —dijo este con aplomo—. Yo lo vi.

Al parecer, Xian venía de casa de un familiar, un primo suyo. Fue el día anterior por la tarde. Estaba ya oscureciendo.

—Venía comiéndose tranquilamente una de esas empanadillas, cómo se llaman… —apuntó de pronto Reig, algo incongruentemente.

—Jiaozi —dijo el Colorado. A su compadre le encantaban aquellas empanadillas chinas hechas de arroz, carne y apio. Solo las encontraban en Usera.

—Jiaozi, sí —dijo Xian con soltura—. Me gustan mucho, ¡joder!

A este paso, en pocos meses el chaval iba a hablar español con mayor soltura que sus padres, que se habían estancado en lo básico, pensó Larrazabal. Después de todo, Usera estaba copado por la colonia china y uno encontraba a cada paso templos, pequeños bares, coloridas agencias de viaje, bulliciosas peluquerías y hasta una residencia de ancianos en la que apenas se necesitaba una palabra de español.

Venía pues Xian de casa de su familiar, allí en la calle de Ferroviarios, cuando le llamó la atención un griterío en un bar de la acera de enfrente.

—El Beni —dijo Reig mirando a Larrazabal—. Ese restaurante regentado por bolivianos. Ya han enviado a un agente para que investigue lo que ocurrió.

—¿Qué es lo que vio, qué viste, Xian? —dijo el Colorado con la boca seca y las manos húmedas.

Xian abrió mucho los ojos cuando vislumbró aquel relámpago metálico en la mano del tipo que había sido sacado a empellones del restaurante por un hombre gordo y aindiado. Este se detuvo en seco y su semblante se demudó al ver al otro empuñar la navaja, como si hubiese comprendido que las cosas pasaban a un nivel de juego que no se esperaba. «Te vas a enterar, culero de mierda», dijo el tipo trastabillando pero sin dejar de empuñar amenazante la navaja.



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